ATENCIÓN CONSCIENTE
La práctica de Mindfulness o atención plena se centra en tres clases de atención consciente en uno mismo: atención consciente en el cuerpo y sus movimientos, en los sentimientos y emociones y en los pensamientos.
La lectura del libro de Urgyen Sangharákshita, Visión y transformación, resulta muy esclarecedora al llenar de sentido y significado el mantenernos atentos de forma consciente en nuestra vida diaria. Compartimos un extracto en este blog, con el deseo de que nos enriquezca y refuerce el interés de manteneros atentos el mayor tiempo posible de nuestra vida.
En términos psicológicos, la atención consciente es el elemento transformador más poderoso que conocemos. Si aplicamos calor al agua, el agua se transforma en vapor. De la misma forma, si aplicamos la atención consciente a cualquier contenido psíquico, este contenido se purifica y se sublima de inmediato.
¿Qué significa realmente el término “Atención Consciente”?.
En sánscrito samyak-smriti — sammasati, en pali Smriti o sati son traducidos generalmente como “atención consciente” y algunas veces como “conciencia”, pero el significado literal de ambas palabras es simplemente “memoria” o “recuerdo”. El vocablo tiene matices diferentes en su significado y no siempre es fácil de entender. Estamos más familiarizados con la desatención que con la atención y mediante este análisis quizás nos sea más fácil llegar a comprender la atención. Supongamos que estás escribiendo una carta. Es una carta urgente que debe enviarse sin demora por correo. Pero como tan a menudo sucede en nuestra vida moderna, suena el teléfono y es un amigo que quiere charlar un poco. Antes de darte cuenta, ya estás en una larga conversación. Continúas charlando quizás durante media hora y finalmente cuelgas el teléfono. Has hablado de tantas cosas con tu amigo que casi has olvidado que estabas escribiendo una carta y has hablado durante tanto tiempo que sientes sed. Así que das una vuelta por la cocina y pones la tetera al fuego para prepararnos una taza de té. Mientras esperas a que hierva el agua, oyes un sonido agradable que viene del otro lado de la pared, de la puerta de al lado, y al darte cuenta de que es la radio, piensas que podrías escuchar música. Vas corriendo a la habitación contigua, enciendes la radio y empiezas a escuchar una canción. Cuando termina empieza otra y también quieres escucharla. Así va pasando el tiempo y, lógicamente, te has olvidado del agua de la tetera que está hirviendo. Justo cuando estás en medio de todo este atolondramiento, alguien llama a la puerta. Es un amigo que ha venido de visita. Como estáis muy contentos de veros, os sentáis a charlar y, en un momento dado, le ofreces una taza de té. Vas a la cocina y la encuentras llena de vapor. Entonces te acuerdas de que habías puesto la tetera al fuego hace un rato y eso te hace recordar la carta. Pero ya es demasiado tarde, el correo ya ha salido.
Éste es un ejemplo de falta de atención consciente en la vida diaria. En realidad, para la gran mayoría, la vida diaria consiste en este tipo de desatención. Sin duda alguna, todos nosotros podemos vernos retratados en este ejemplo y podemos reconocer que ésta es la forma caótica y descuidada en que vivimos nuestra vida.
¿En qué consiste la desatención? Ante todo, contamos con el simple hecho de la falta de memoria, lo cual es un elemento muy importante en la desatención. Nos olvidamos de la carta que estamos escribiendo cuando hablamos por teléfono y nos olvidamos de la tetera mientras escuchamos la radio. ¿Por qué nos olvidamos de las cosas con tanta facilidad? ¿Por qué perdemos algo de vista, cuando se supone que debemos tenerlo en cuenta? La razón de ello es que nos distraemos con mucha facilidad. Nuestra mente se desvía fácilmente. Nos distraemos con facilidad porque nuestra concentración es débil. No nos concentramos por completo en lo que estamos haciendo. ¿A qué se
debe que nuestra capacidad de concentración sea tan débil? Nuestra concentración es tan débil porque no contamos con una continuidad en nuestro propósito. No existe ningún propósito dominante que permanezca inalterado en medio de las distintas cosas que hacemos. Sencillamente pasamos de una cosa a otra, de un propósito a otro, de un deseo a otro y, así todo el tiempo, como el personaje de la famosa sátira de Dryden.
“Se iniciaba en todo y en nada duraba, en el curso de una fase de luna
era químico, violinista, político y bufón.”
Debido a que no hay una continuidad en nuestro propósito, dado que no nos entregamos a una sola cosa todo el tiempo, no existe una verdadera individualidad. Somos una sucesión de personas diferentes, todas ellas más bien frustradas, por no decir rudimentarias. No hay un crecimiento regular; no hay un desarrollo auténtico ni una evolución verdadera. Algunas de las principales características de la desatención están seguramente más claras ahora. La desatención es un estado de falta de memoria, de distracción, de concentración pobre, de ausencia de individualidad verdadera.
La atención consciente, es un estado de memoria, de no distracción, de concentración, de continuidad y constancia en los propósitos y de individualidad en el continuo desarrollo. Todas estas características están implicadas en el término “atención consciente”.
Cuando hablamos de “cosas” nos referimos a los objetos materiales, tales como un libro o una mesa. Nos referimos a todo nuestro entorno material, lleno de tantísimos objetos diversos. En pocas palabras, nos referimos a todo el reino de la naturaleza. Por supuesto, la mayor parte del tiempo somos sólo vagamente conscientes de las cosas que nos rodean y no gozamos más que de una atención consciente a nivel general. No tenemos, en realidad, conciencia de nuestro entorno, de la naturaleza del cosmos… La razón de ello es que casi nunca nos detenemos realmente a mirar. ¿Cuántos minutos al día y, no digamos horas, pasamos mirando algo? Probablemente no nos dedicamos a mirar así ni tan siquiera unos segundos y la razón que normalmente damos para ello es que no tenemos tiempo. Quizás ésta sea una de las mayores acusaciones que puedan hacerse a la civilización moderna: que no tenemos tiempo para detenernos y mirar algo. Quizás, en nuestro camino al trabajo, pasamos por delante de un árbol, pero no tenemos tiempo para mirarlo o mirar cosas menos románticas, como pueden ser paredes, casas y vallas y esto hace que nos preguntemos para qué sirven esta vida y nuestra civilización moderna si no hay tiempo para mirar las cosas. En palabras del poeta:
“¿Qué es esta vida, si con tanto cuidar no tenemos tiempo para parar y mirar?”
El hecho de que no tenemos tiempo para simplemente mirar es algo que debemos recordarnos a nosotros mismos. También existe la dificultad de que incluso si tenemos tiempo y nos detenemos a mirar algo, tratando de estar atentos a ello, difícilmente vemos las cosas en sí. Lo que normalmente vemos, incluso cuando nos paramos a mirar, es la proyección de nuestra propia subjetividad. Miramos algo, pero lo vemos a través del velo, la cortina, la niebla, la bruma de nuestra propia condición mental.
En el arte budista del Lejano Oriente, en el arte de China y Japón, se enfatiza mucho este tipo de actitud o enfoque. En relación a ello hay una historia de cierto pintor que un día pidió a su maestro, un famoso artista, que le enseñara a pintar bambúes. El maestro no le dijo que tomara el pincel e hiciera trazos en la seda o en el papel. No dijo nada sobre pinceles ni pigmentos, ni tan siquiera le habló de pinturas. Solamente le dijo: “Si quieres pintar bambúes, primero has de aprender a verlos.” Así pues, se dice que el discípulo se fue a mirar bambúes. Miró los tallos y las hojas. Miró los bambúes en medio de la lluvia y a la luz de la luna. Los observó cuando eran verdes y cuando eran amarillos; cuando estaban frescos y flexibles y cuando estaban secos y decaídos. Se dice que pasó varios años así, simplemente mirando
bambúes. Así fue como realmente tuvo conciencia de ellos, se volvió uno con los bambúes. Su vida pasó a los bambúes y la vida de éstos a él. Sólo entonces, según se dice, pudo pintarlos. Por supuesto podemos estar seguros de que lo que pintaba eran realmente bambúes. De hecho, podríamos decir que pasó a ser un bambú pintando bambúes.
Debemos aprender a mirar, a ver, a ser conscientes, para de esta manera volvernos sumamente “receptivos”. Como consecuencia de nuestra receptividad, nos unimos con todas las cosas, nos fusionamos con ellas y, en esta unidad, en esta realización de afinidad y profunda unión, si tenemos un temperamento artístico, será cuando realmente podremos crear.
1. La atención consciente en uno mismo
Este nivel de atención consciente tiene muchos subniveles, de los cuales describiremos tres que son particularmente importantes.
a) La conciencia en el cuerpo y sus movimientos.
En los sutras el Buda nos habla de estar atentos al caminar, cuando estamos sentados, de pie o acostados. Uno tiene conciencia de la posición de las manos y de los pies, de la forma de moverse y de gesticular… Según esta enseñanza, si se es consciente de todo esto, no se puede actuar de forma precipitada, confusa o caótica. Tenemos un maravilloso ejemplo de esto en la ceremonia japonesa del té. Esto es algo que todos hemos hecho cientos o miles de veces. Pero, ¿cómo lo realizan en Japón? ¿Cómo se celebra la ceremonia japonesa del té? Se efectúa de un modo muy distinto porque se lleva a cabo con atención consciente. Con atención consciente se llena un cazo con agua y se pone sobre el fuego. Con atención consciente uno se sienta y simplemente observa cómo hierve el agua, mientras se escucha el burbujeo y, a la vez, se observa cómo flamea el fuego. Después, con tención consciente se deposita el agua hirviendo en la tetera; con atención consciente se vierte el té, se ofrece la taza y se bebe, todo el tiempo guardando un absoluto silencio. Todo esto constituye un ejercicio de atención consciente. Representa la atención consciente aplicada a los quehaceres cotidianos. Este tipo de actitud debería aplicarse a todas nuestras actividades. Todo debería ser llevado a cabo bajo el mismo principio de la ceremonia japonesa del té. Deberíamos realizar todo con atención y, por lo tanto, con calma, serenidad y belleza, así como con dignidad, armonía y paz.
Si se ejercita la atención consciente en el cuerpo y sus movimientos de una manera prolongada, se logrará que la rapidez de movimientos vaya disminuyendo. El paso de la vida se volverá más estable y rítmico. Las cosas se harán más lentamente y con menos premeditación. Sin embargo, esto no quiere decir que realicemos menos trabajo. La persona que hace todas las cosas lentamente —con atención consciente y premeditación—, posiblemente realizará más cosas que la persona que parece muy ocupada, que siempre está corriendo y que tiene montones de papeles y archivos sobre su mesa de despacho y que, en realidad, no está ocupada sino simplemente confundida. La persona que realmente está ocupada hace las cosas tranquila y metódicamente. Ello se debe a que no pierde el tiempo en trivialidades y tonterías y a que está atenta. Por eso, a la larga, consigue hacer mucho más.
b) La atención consciente en los sentimientos.
Ante todo, se refiere a percatarnos de si estamos contentos, tristes o en un estado intermedio, nebuloso, gris o indiferente. Al aplicar la atención consciente a los sentimientos de nuestra vida emocional, se observará que el deseo egoísta, el odio o el miedo, tienden a disminuir, mientras que los estados emocionales diestros, los relacionados con el amor, la paz, la compasión, la alegría… tienden a refinarse. Por ejemplo, si por naturaleza somos temperamentales o propensos a enfadarnos, al desarrollar la
atención consciente en los sentimientos, tendremos primero conciencia de que hemos estado enfadados. Con un poco de práctica, tendremos conciencia de que estamos enfadados y tendremos conciencia de en qué momento empieza a surgir el enfado. Si continuamos aplicando esta atención consciente a nuestra vida emocional, tarde o temprano los estados emocionales torpes como el enfado acabarán desapareciendo o, como mínimo, seremos conscientes.
c) La atención consciente en los pensamientos.
Si de repente se nos preguntase: ¿qué estás pensando ahora mismo?, la mayoría tendríamos que confesar que no lo sabemos. Simplemente permitimos que la mente se deje llevar por la corriente de los pensamientos. No tenemos conciencia de ellos, sólo somos conscientes de una manera vaga, nublada y sombría. No hay un pensamiento dirigido. No decidimos pensar en algo y luego pensamos, las ideas fluyen libre e indefinidamente. Los pensamientos entran y salen, a veces como un remolino, dando vueltas en la mente.
Tenemos que aprender a observar, momento a momento, para ver de dónde vienen los pensamientos y a dónde van. Si lo hacemos, observaremos que el flujo de pensamientos disminuye y que la cháchara mental que sigue y sigue sin parar, se detiene. Con el tiempo, si perseveramos en esta atención consciente en los pensamientos, la mente llegará a ser en cierto punto—en determinados puntos culminantes—, una práctica de meditación completamente silenciosa. Todos los pensamientos discursivos, todas las ideas y conceptos serán simplemente aniquilados; la mente permanecerá en silencio y vacía, pero a la vez llena. Este tipo de silencio o vacío de la mente es mucho más difícil de lograr o de experimentar que el mero silencio de la voz. Sin embargo, es en este punto en el que, como resultado de la atención consciente, la mente se queda en silencio y los pensamientos se desvanecen, quedando solamente la atención consciente o conciencia pura y clara. Es entonces cuando empieza la verdadera meditación.
Estas tres clases de atención consciente en uno mismo —la atención consciente en el cuerpo y sus movimientos, en los sentimientos y emociones y en los pensamientos— deberían practicarse todo el tiempo, en todo lo que hacemos. Durante todo el día e incluso, con la práctica, de noche —durante los sueños—, deberíamos permanecer atentos. Siempre debemos estar atentos, teniendo conciencia de cómo movemos el cuerpo, de la forma en que bajamos el pie o levantamos el brazo, conciencia de lo que estamos diciendo, conciencia de nuestros sentimientos, de si estamos contentos, tristes o indiferentes, conciencia de lo que estamos pensando y de si el pensamiento está dirigido o no. Si estamos conscientemente atentos de esta forma, todo el tiempo, incluso durante toda nuestra vida, entonces veremos que, de manera gradual e imperceptible, sin lugar a dudas, esta atención consciente transmutará y transformará todo nuestro ser, todo nuestro carácter.
A continuación tienes una práctica de Mindfulness de 16 min guiada por Maribel Fernández Medina.
Maribel Fernández Medina – Instructora de Mindfulness
Hola. he intentado el mindfullness online en varias ocasiones peronologro concenrarme. No se si clases presenciales, si es que ya se ueden dar, me vendán meor. Un saludo.
Maria Jose Carmona.
Hola!! en Septiembre tendremos sesiones presenciales! un saludo!